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Conversando sobre los retos de la orientación laboral en el mercado laboral de la sociedad digital

Desde neoCK The Human Revolution me propusieron participar en las conversaciones que llevan a su blog en el que tratan cuestiones relacionadas con el empleo, la orientación laboral, los procesos de selección, el talento y, en general, el impacto de la tecnología en las personas, en las organizaciones y en la sociedad.

Me resultó muy grato conversar sobre estos temas con ellos. Por un lado por su talante y amabilidad. Por otro porque comparto el interés por estas temáticas, especialmente por la necesidad de reflexionar, conversar y tomar decisiones (actuar) en relación al impacto que la tecnología tiene en la orientación, en las políticas de empleo, en los procesos de selección, en el mercado laboral y también en la sociedad.

En la conversación hablamos de herramientas, de la situación de la orientación, de retos y de la situación presente. Pero, fundamentalmente, hablamos de los cambios que se producen en el empleo como concepto, cambios tan rápidos que a veces no percibimos ni valoramos como tal.

En este enlace puede leerse el artículo completo.

El papel del trabajo

InequalityHace unas semanas se publicaba el informe de Cáritas en el que se señalaba que 7,8 millones de personas en España no llega a fin de mes con su sueldo. Personas que, a pesar de trabajar, precisan del apoyo de familia y amigos o, en el peor de los casos, de créditos y entidades financieras. Casi ocho millones de personas, acercándonos hacia la mitad de nuestra población activa.

Hace tiempo que desde muchos ámbitos, instituciones, organismos y foros se llama (un clamor en realidad) a luchar contra el aumento de la desigualdad y la pobreza, especialmente de la derivada de la precariedad. Y nadie puede dudar de esto al hilo de los datos. Y nadie puede dudar aunque no tenga datos. Todo el mundo (salvo quien viva aislado en una urbanización o aislado en Twitter siguiendo necedades) conoce a todas esas personas que no llegan a fin de mes. Son las personas que vemos trabajando en los bares, en los hoteles, en los repartos de paquetes, en la cultura y el ocio, en fábricas de suministros, en el campo como temporeros… Un fenómeno que en el mundo anglosajón denominan Working Poor y que en US miden oficialmente desde el año 2011 de forma permanente. En definitiva, un fenómeno que se consolida y que protagonizan todas esas personas que no pueden tener un proyecto vital.

Porque eso es de lo que yo quiero hablar hoy, del cambio del papel del empleo en la vida de las personas. Hace solo una generación (mis padres) las personas eran capaces de realizar un proyecto de vida (criar hijos, adquirir una casa… ) teniendo solo una forma para hacerlo: el trabajo.

Hace solo una generación la relación salarios y precios permitía todo esto. E incluso ahorrar. Hoy eso es imposible para casi la mitad de las personas que pueden trabajan. Lo es por lo que cobran (el 25% de trabajadores con salarios más bajos se sitúan 6,2 puntos porcentuales por debajo del nivel salarial que tenían hace una década) y por la temporalidad infernal que padecen. Un fenómeno, el de la temporalidad, que viene produciéndose desde 1967 pero que se ha acelerado en los últimos años. Así la duración de los contratos temporales para trabajadores de menor cualificación era de entre cuatro y cinco meses en 2005 y ha pasado al entorno de los tres meses en 2017. En Galicia, donde vivo, en el 13,6% de los hogares la persona que ejerce de sustento principal, se encuentra en situación de Inestabilidad Laboral Grave y el 12,5% de personas que trabajan viven en pobreza relativa.

Frente a esto podemos reclamar cambios, mejorar salarios o reducir la temporalidad. Y estará bien, obviamente. Pero creo que será insuficiente. En mi opinión, no estamos (solo) ante una vuelta de tuerca en las condiciones laborales. No estamos ante una situación que pueda revertirse mejorando las condiciones. Estamos ante un cambio en el papel que juega el trabajo y el empleo en nuestras vidas y en la sociedad en general. Mientras no asumamos eso, será difícil revertir la situación. De hecho, no parece que hayamos dado muchos pasos adelante en estos últimos años.

Como dice el informe de Foessa el trabajo no garantiza una vida digna. Y es que ya no es la garantía para salir de la pobreza o el camino para lograr la inclusión social. Ya no es la forma de labrarse un futuro personal y familiar. Y ya no es, tampoco, un agente socializador como sí lo sigue siendo la escuela y la educación en general, tal y com Durkheim decía hace ya muchos años.

Obviamente esto nos plantea un buen número de problemas a enfrentar. Es un cambio difícil de asumir de buenas a primeras. Como hace no mucho me señalaba un compañero, un cambio con muchas dudas, especialmente las referidas a esto último, a dónde van a encontrar las personas su socialización.

Un tercer sector en crecimiento, deberá jugar un papel importante a la hora de responder esta cuestión. Y las instituciones públicas también, claro. Pero, primero (no por ningún orden lógico, sino por la urgencia inmediata que enfrentamos), debemos responder a cuestiones previas como: ¿ Cómo podemos garantizar los ingresos mínimos necesarios ? ¿ Cuánto debemos trabajar o cuánto podremos trabajar ?

El hecho de ir garantizando ingresos mínimos es un primer y necesario paso que debería, además, influir en la mejora de salarios y condiciones. Pero, como señalaba antes, creo que no será suficiente.

Ante la situación de urgencia debemos, para evitar un aumento inmediato de la pobreza y la desigualdad, dotar y agilizar las prestaciones en la linea que apuntaba hace unas semanas Raül Segarra. A partir de ahí creo que es necesario hacer un replanteamiento del IMV y de todas las prestaciones públicas que permitan una mejor redistribución como respuesta a la falta de empleo.

Obviamente esto no es fácil, no se resuelve en un artículo y no se hace de un día para otro. Pero pensar que vamos a solucionar las condiciones laborales o que vamos a bajar el paro a niveles que nos permitan combatir el aumento de la desigualdad y recuperar la posibilidad de contar con proyectos vitales con el trabajo como base para hacerlo, es mucho más difícil. Entre otras cosas, por lo apuntado, porque eso es lo que no ha sucedido en las décadas precedentes.

Todo lo contrario, lo que nos dicen esos datos es que, o enfrentamos el problema en toda su dimensión, o el problema nos comerá. Y, sencillamente, cada día tendremos una sociedad más desigual en la que la mitad de la población trabajará porque no encuentra otra forma de ingresar para responder a urgencias pero que no verá ningún otro beneficio en el trabajo. Una sociedad sin esperanza.

Imagen: Sustainable Economies Law Center en Flickr. Creative Commons

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Burocracia Vs Orientación

Entre las consideraciones que se hacen sobre las políticas activas de empleo hace años que triunfan los discursos que ponen el foco en el control, la evaluación y también en la sanción de quienes participan (o no participan) de esas políticas. Pero nadie parece poner el foco en las personas mismas, en sus problemas reales. Y tampoco parece que se nos tengan muy en cuenta a quienes trabajamos con ellas directamente.

No pongo en duda el papel de la sanción cuando es realmente necesario. Pero en el escenario en el que nos movemos, de recursos escasos, no parece nuestro principal problema. Tenemos otros. Entre ellos el del peso de la burocracia que acaba por triunfar frente al carácter técnico y funcional que deberían tener las políticas activas de empleo. He aquí tres ejemplos que he vivido recientemente de cómo la burocracia vence sobre la orientación y las decisiones de las personas.

Ejemplo 1

Tras algunas entrevistas de orientación con una chica con mucho tiempo en situación de desempleo nos encontramos con la posibilidad de participar en dos recursos. Uno un programa de inserción de apoyo a la búsqueda de empleo. El otro una oportunidad formativa en el ámbito de las ventas en la que estaba muy interesada. El primero, el programa de inserción, empezó antes y a él nos sumamos. Unos meses después surgió la posibilidad de cursar la formación. El programa de inserción se había visto bastante afectado por la pandemia y las medidas de confinamiento por lo que la situación no había cambiado demasiado. El curso suponía la oportunidad de adquirir competencias profesionales, algo que necesita (aún hoy) como agua de mayo.

La cuestión es que, conjuntamente con el equipo técnico del programa, acordamos que lo más positivo para ella es que se incorporara al curso, donde había plazas suficientes y su participación era segura.

El proceso para hacer esto requería que ella misma solicitara su baja en el programa en el que participaba. Tras ello la asignación a la actividad formativa sería directa pues se contaba con vacantes suficientes. La chica cobra prestación así que debe contactar con su oficina de empleo para darse de baja en el programa y solicitar el curso del que hablamos. La respuesta: Si abandonas el programa te sancionamos.

Ejemplo 2

Tras una entrevista en el SPEG un chico deja solicitados un buen número de cursos (cada cual más dispar y desde mi punto de vista sin posibilidades reales de que mejoren sus empleabilidad). El caso es que, finalmente, le llaman para uno de esos cursos. Justo el que yo creo que menos le aportaría y que se celebra a muchos kilómetros de distancia de donde vive, concretamente en otra provincia de Galicia.

Desde el Servicio Público le dicen, en un primer momento, que debe ir pues lo ha solicitado. No es verdad y lo tranquilizamos. Pero no deja de ser habitual que a las personas se les recomienden actividades sin mucho sentido. También que las personas lo soliciten sin ningún tipo de asesoramiento. El resultado es que pasamos más tiempo con procesos de selección que acompañando a las personas.

En este sentido lo más curioso es cuando ponemos en marcha actividades formativas y no hay candidatos suficientes. Y no hablo de formación exigente. Recientemente, para un curso que no precisa ninguna titulación, hubo cuarenta candidatos en una ciudad con 23.000 personas en desempleo. Algo no funciona.

Ejemplo 3

Si estás en proceso de selección de dos actividades formativas iguales (o no, pero yo tengo en mente un par de situaciones en las que la actividad formativa era la misma) no puedes elegir según tus preferencias o posibilidades. El control dice que te tienes que quedar con la primera en la que te seleccionen. Así que, en cuanto te llaman, debes ir a dejar tu huella dactilar (una barbaridad como un piano que se ha asumido como normal) a riesgo de resultar sancionado/a.

Reconozco que esta situación es más difícil de regular. Una persona seleccionada en un curso no tiene garantías de que va a entrar en otro en el que aún está en proceso. Pero las cosas cambian si tenemos en cuenta más información. En el caso que tengo en mente hablamos de que la segunda actividad formativa tiene vacantes y que la propia entidad dice que no cubrirá suficientemente el curso. Si a ello añadimos que la persona tiene responsabilidades familiares que asume sola y que el segundo curso le queda a cinco minutos de casa mientras el primero le supone unos 45 minutos de desplazamiento a mayores del gasto pues, con todo eso, la cosa cambia.

Y cambia porque, creo, la burocracia y el control no deben impedir la flexibilidad necesaria para responder a situaciones de este tipo. Y para resultar más eficientes y eficaces. La administración y el control deben estar al servicio de los ciudadanos, de las personas. Ahí, de nuevo, la orientación laboral puede y debe jugar un papel clave en las políticas de empleo. Déjennoslo jugar.