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Empleo, desempleo y salud mental

A menudo la salud mental de las personas sin trabajo es peor que la de la gente que lo tiene.

Brendan Bruchel Burchell. Universidad de Cambridge

La afirmación del encabezado la hace Brendal Bruchel en el documental Agotados, equilibrio entre el trabajo y la vida (gracias por enviármelo Cèlia Hil). Dice que quienes no trabajan echan de menos la rutina y compartir objetivos con otras personas.

Obviamente el trabajo ha jugado siempre un papel importante en cuanto a lo que aporta a nuestra estabilidad emocional. Afecta directamente a la valoración que hacemos de nosotros mismos, a nuestra motivación vital y al reconocimiento social que recibimos. Y lo que aporta a personas con algún tipo de enfermedad mental tiene a veces un valor incalculable.

Salud mental y desempleo

En esta linea, Brenda Bruchel afirma que la peor salud mental de quienes no trabajan se debe a que echan de menos rutinas laborales y objetivos compartidos. Y no seré yo quien se lo niegue pero creo que mientras el trabajo sea la única forma de subsistir, las consecuencias de no tener empleo en la salud mental (ansiedad, depresión, sueño…) pueden pensarse como inevitables sin echar nada de menos.

En este sentido solo un cambio en el concepto del trabajo y en el papel que juega el empleo en nuestras vidas hará que el impacto negativo del desempleo en la salud mental sea menor. Es aquí donde el concepto de Renta Básica, con resultados positivos en cualquier lugar que se pone en marcha, va más allá de la propia prestación económica y aún deberá desarrollarse mucho más, a mayores de que nuestro IMV llegue a todas las personas que lo precisan que aún no es el caso.

Esa evolución en el concepto de Renta Básica y en el papel de trabajo deberá garantizar una mayor participación social de quien no trabaja. Y, con ello, un mayor reconocimiento y consideración de la persona independientemente de si tiene trabajo o no.

Hoy, claro está, esto no es así. La salud mental de las personas desempleadas también se ve afectada por esa consideración social que damos al trabajo. Hoy no tener trabajo sigue siendo un estigma. De esa forma lo vive quien está desempleado/a. Lo vive así porque ha sido educado/a en esta idea que considera a las personas por su utilidad y porque los demás nos encargamos de recordárselo, de hacérselo saber y sentir.

Es evidente que no todos vivimos el desempleo de la misma forma pero, en general, el estigma está siempre presente. Así me lo transmiten a mí las personas en desempleo con las que trabajo, especialmente cuando lo hago con grupos que llevan mucho tiempo en esa situación pues, a pesar de la mejoría, en España sigue habiendo 1,22 millones de personas que llevan más de un año sin trabajar.

El estigma empieza en nuestro entorno más inmediato. La familia nos señala que es culpa nuestra o que no valemos o que no hacemos nada por modificar la situación. Y esto es muy fácil de interiorizar. Cualquiera que haya estado en una situación así sabe que tu opinión deja de tener el peso que tenía en las reuniones familiares y la infravaloración se convierte en una sensación permanente. Eres la que no trabaja.

Con todo, en estos momentos la situación no parece mucho mejor si nos referimos a las personas que trabajan. Existe una alarma creciente en cuanto a las consecuencias de la actividad laboral en la salud mental. Es decir, parece que la salud mental también se deteriora en el trabajo. No sé si será porque esas rutinas y esos objetivos a los que refiere Brenda Bruchel son impuestos y no asumidos como compartidos con otros.

Salud mental y trabajo

Pero no debe ser solo por eso. El fenómeno del deterioro de la salud mental en el trabajo parece tener múltiples razones, desde la precariedad a los entornos laborales ineficientes en los que seguimos sintiendo que no somos valorados ni tratados como personas.

La falta de comunicación, la falta de participación en la toma de decisiones, la falta de gestión de personas, horarios imposibles, gritos, clima viciado en equipos mal gestionados, por no hablar de prácticas de intimidación, de acoso e infravaloración, son cuestiones presentes en la vida de las personas que trabajan. Así que sí, parece que existe una relación directa entre entorno de trabajo y salud mental. De hecho, parece un problema de dimensiones mundiales.

Se trata de un problema aún poco estudiado pero que empieza a mostrar su enorme dimensión, especialmente en lo que refiere a la relación entre precariedad laboral y salud mental.

¿ Qué hacer ?

Como ya he señalado, creo que redefinir nuestra relación con el trabajo es imprescindible, algo que precisa de un esfuerzo individual y de medidas desde administraciones, empresas y organizaciones.

Ya en los años 30 Keynes, vinculó el progreso tecnológico a la posibilidad de liberar al menos parcialmente a la humanidad de su carga más antigua y natural, el trabajo. Y ahora parece que debemos hacer frente a qué es el trabajo, cómo debemos realizarlo, en qué entorno y con qué balance vital. Aunque trabajamos para ganarnos la vida, no porque nos haga felices, precisamos que ese trabajo que realizamos tenga consecuencias positivas, en el desempeño concreto, en nuestras vidas y en las de los demás.

Por la contra, según un reciente estudio de Gallup, solo el 33% de los empleados están satisfechos con su bienestar general. La mayoría diría que no encuentran su trabajo significativo, no creen que sus vidas vayan bien o no se sienten esperanzados sobre su futuro, y solo el 21% de los empleados están comprometidos con su trabajo. La inmensa mayoría viven para el fin de semana, para mirar el reloj o por la única y exclusiva recompensa de la paga.

Si mejorar la salud mental de las personas en desempleo pasa por cambios en muchos de nuestros conceptos además de por entender bien el papel que juega el trabajo y las oportunidades de ejercerlo (no podemos olvidar que la situación de pleno empleo está lejos de existir en países como España y para un gran número de personas en el mundo trabajar no depende de ellas), mejorar la salud mental de quienes trabajan es, si cabe, un reto mayor: Implica cambios importantes por parte de las personas y de las organizaciones.

Por un lado precisamos que las empresas vean que la salud mental tiene efectos positivos para todos y hablen de la gestión de personas de forma integral, no solo como trabajadores. Y esto no quiere decir que tengan que implementarse medidas especiales o que tengamos que ser divertidos. Todo lo contrario. Significa que el trabajo debe permitirnos prosperar y que es preciso ir más allá del concepto reduccionista de persona útil. Las empresas deben facilitar que comprendamos el sentido de lo que hacemos, mejoremos nuestro desempeño y resultados, el de cada uno/una y el de nuestros equipos. Hablamos de cuestiones clave para aumentar el compromiso.

Por último, nosotros, como personas, tenemos mucho por hacer. Es obvio que la organización tiene la clave, el peso y la responsabilidad de definir y gestionar la cultura corporativa y el clima laboral. Pero no somos invitados de piedra. Nuestros comportamientos con los demás, nuestra actitud en el trabajo es también clave. Y por ahora me parece que aún nos falta mucho para entender que debemos centrarnos en lo que podemos aportar, en lo que podemos mejorar, y no en lo que los demás hacen o dejan de hacer. Como bien dice Alfonso Alcántara, los tóxicos siempre son los demás. Solo con que seamos capaces de cambiar esa idea y centrarnos en lo que cada uno/una podemos hacer y aportar, habremos contribuido mucho al bienestar y a la salud mental de nuestro equipo, de nuestra organización y del mundo en general.

Procesos de selección y mércalo laboral con Antonio Montoya

Las presentaciones llenas de adjetivos extremos en lo profesional me hacen sentir poco cómodo. Cuando personas que no te conocen o no han trabajado contigo te califican como un gran profesional no acabo de entender cómo pueden llegar a esa conclusión.

Por eso que tampoco me gusta introducir a otros en esos términos. Y en este caso, además, no lo preciso. Presentar a Antonio Montoya es, en realidad, muy fácil. Solo hay que pensar en algunas cualidades que apreciamos en las personas y que yo valoro muy especialmente: La generosidad, el compromiso, la amabilidad, la orientación a los demás o la capacidad de escucha. En mi caso he podido comprobarlas en una relación a distancia que ya dura años, en la que voy conversando con él y observando lo que publica. Incluso lo que la vida le va dando y que bien se merece.

En lo laboral Antonio Montoya es un profesional de recursos humanos que ha venido trabajando en funciones de selección y de prevención y que desborda eso que mencionaba, generosidad y compromiso.

Lo primero, su experiencia en el área de RRHH o en proyectos de empleo, es lo que hoy quería aprovechar para empezar a incluir otros puntos de vista y aportes en este blog de empleo y orientación laboral.

Lo segundo, su generosidad y compromiso, su capacidad para generar relaciones y cuidarlas (eso que llamamos networking y que en su caso se queda corto y artificial) es lo que hace tiempo me hizo pensar en él para empezar a enriquecer este blog con otros profesionales, con sus aportaciones y puntos de vista.

Espero que quien vea la entrevista pueda sacar buenas ideas y aportes útiles, especialmente quienes estén en búsqueda de empleo o se planteen lanzarse a buscar nuevas oportunidades.

¡ Gracias Antonio !

Lo que aporta reflexionar y conversar sobre empleo

Muchas veces he hablado en este blog y en otros foros sobre lo que aportan las sesiones grupales sobre empleo. En mi trabajo las sesiones en grupo de muy diversa índole (centros de FP, universidades, programas de empleo, proyectos de inclusión, talleres…) son muy habituales y son, sin duda, la actividad más eficaz de todas las que hago.

Lo sé porque paso la correspondiente evaluación en las que hago en mi entidad (online, buscando poner en práctica o adquirir competencias digitales) y también porque en todas hago preguntas informales durante cada sesión y al final de ellas. Y en esas preguntas finales siempre incluyo alguna más allá del propio contenido tratado: ¿ Qué os parece que hayamos conversado sobre empleo ? ¿ Os aporta algo ? ¿ Qué os aporta ?

Nunca he tenido una respuesta negativa o un grupo al que no le haya aportado. Todo lo contrario. Siempre recibo ese feedback que se refleja más en la cara que en las palabras, ese feedback que también emerge cuando las personas se quedan sentadas y dicen que tienen más preguntas y reflexiones.

Y no digo que funcionen así mis sesiones. De hecho creo que las mías tienen mucho que mejorar. Lo que digo es que todas funcionan.

Generar espacios para hablar de empleo es algo fundamental que no practicamos lo suficiente. Las personas necesitan (sí, necesitan y habitualmente demandan) poder hablar de un mercado de trabajo que desconocen (desconocemos), con datos e ideas que les permitan tener una perspectiva y mejorar su búsqueda de empleo o su desarrollo profesional

¿ Por qué hay quien sigue pensando que la orientación laboral es aplicar test vocacionales como a mí me hicieron en los 80 del siglo pasado? ¿ Por qué en algún momento decidimos que “lo del mercado laboral ya lo iría aprendiendo cada quien”? Todo esto es un error. Y tiene consecuencias.

Hace unos meses un nuevo estudio volvía a poner en valor la necesidad de conversar sobre el trabajo. Se trata de un estudio de la OCDE que afirma que la orientación mejora el futuro laboral de los adolescentes respaldando la conclusión con datos realmente contundentes. Ya no se trata solo de las posibilidades de encontrar opciones de empleo, se trata de mejoras relacionadas hasta con el nivel salarial. Hablamos de datos que nos muestran la orientación como un elemento clave en el desarrollo profesional de las personas.

¿ Por qué hemos renunciado aquí a todo esto, a las actividades claves que se muestran en el estudio ? No estoy seguro de saber la respuesta. Y creo que no es la pregunta que nos debemos hacer ahora. El hecho es que en “España menos del 10% del alumnado de 15 años ha realizado tres actividades clave para indagar sobre el mercado del trabajo frente al 20% de la media de la OCDE”.

La pregunta correcta es, creo, qué vamos a hacer para cambiar esto. Y aquí es donde, a mí modesto entender, la nueva Ley de Formación Profesional recientemente aprobada abre muchas posibilidades, concretamente para multiplicar las actividades de cooperación y complementariedad con otros servicios y administraciones.

Este nuevo marco parece una buena oportunidad para dirigir nuestra mirada a todos esos eventos que con tanto esfuerzo se realizan en los centros de FP, en las universidades o en organizaciones del tercer sector, incluso a experiencias de otros países que resultan interesantes y eficaces. Es más, es un buen momento para preguntarse por qué esas reflexiones, esas actividades de orientación y empleo no tienen cabida (o muy escasa ) en los Servicios Públicos de Empleo.

No quería acabar este escrito sin mencionar otro resultado del estudio de la OCDE que me parece muy pero que muy importante: Las experiencias laborales que los estudiantes adquieren a los 15 años influyen positivamente en su futuro laboral.

Como ya he comentado en este espacio en otras ocasiones hemos ido construyendo estudios (FP, Enseñanzas medias, Formación para el empleo…) cada vez más difíciles de combinar con experiencias profesionales. Bueno, en muchos casos resulta imposible combinarlas,

Quizá estamos muy lejos de la mentalidad danesa que en vez de obligar al reintegro de sus becas obliga a trabajar para poder cobrarlas. Pero, aunque no lleguemos a plasmar medidas como esa, sí deberíamos flexibilizar mucho nuestros contenidos y nuestras actividades buscando que quien estudia, especialmente las personas más jóvenes, también trabajen. Que no puedan hacerlo es, como decía, un problema a solucionar. Y de los grandes.