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Inclusión digital y empleo

Inclusión digital y empleo

En los meses anteriores a la crisis del COVID19 había tenido algunas conversaciones y reuniones de trabajo sobre inclusión digital y empleo. Para mí este es un tema habitual, un tema del que me gusta mucho hablar. ¿ Por qué debemos contar con objetivos de inclusión digital en el trabajo de promoción del empleo o en el trabajo de inclusión social ?

Hace años dábamos como obvia alguna respuesta a modo de “contribuir a reducir la brecha digital”. Entendíamos que el acceso digital marcaría la brecha del acceso al conocimiento o la brecha entre personas con cierto poder y participación social y aquellas que no los tendrían

Hoy, tras el impacto del COVID19 y las masivas medidas de confinamiento en distintos países, todas esas razones se han hecho obvias. El acceso digital y el aprendizaje de las competencias mínimas necesarias es ya imprescindible para nuestro desarrollo social y personal pleno. Eso, obviamente, incluye el ámbito laboral. Y ya no habrá que justificarlo más. A todo el mundo le ha quedado claro que sin competencias digitales será complicado mantener opciones de empleo. Hasta será complicado formarse, pues el impacto de los servicios online en la formación y en la educación no tiene vuelta atrás. Otro ámbito en el que hemos aprendido de repente todo lo que puede aportarnos y que, como ya se había demostrado, funciona. La formación nunca volverá a ser como era.

Competencias

El mundo del trabajo tampoco. Quedarse hoy al margen del acceso digital nos deja fuera del mercado laboral. Será complicado encontrar trabajo sin contar con unas mínimas competencias digitales.

De la misma forma es muy complicado pensar e identificar empleos que no precisen competencias digitales básicas. Por ejemplo, aquellas que cita la propia Comisión Europea: identificar, localizar, almacenar, organizar información y saber juzgarla, compartir recursos, participar en comunidades, interactuar o proteger la identidad digital.

Sí, aún podríamos pensar en empleos en comercios, en hostelería o en la industria que no exigen esas competencias. Pero el campo se restringe. Incluso en profesiones como la hostelería se necesita saber manejar una tablet, una TPV o cualquier otro dispositivo electrónico. Además, son ya imprescindibles para comunicarse con la organización y con los compañeros de trabajo.

Las empresas se digitalizan

Las empresas y las organizaciones no tienen alternativa a la digitalización. O se digitalizan o desaparecen. La supervivencia a este proceso será anecdótica. Esto es algo que muchas organizaciones han aprendido de repente en las dos últimas semanas de marzo.

En el caso de las personas las consecuencias pueden ser dramáticas. Como dice Yuval Noah Harari en una muy famosa frase de su último libro: las personas en el mercado laboral del futuro próximo enfrentan el reto de la irrelevancia. Yo soy de los que piensa que algo de esto hay, que quizá nuestra relevancia, nuestro desarrollo como personas no descansará sobre el trabajo o, cuando menos, este no tendrá un papel tan importante.

Pero, independientemente de este debate, lo que parece cierto es que, en un primer momento, todas las personas que no cuentan con competencias digitales mínimas empiezan a ser irrelevantes para el mercado laboral. Sí, es cierto, hay (y supongo que siempre habrá) profesiones puramente manuales o a las que el impacto digital no les ha golpeado de forma radical. Y también hay quien trabaja en la industria y sus competencias digitales no entran tanto en juego. Pero en el primer caso son muy pocas y en el segundo la automatización va haciendo que cada día sean menos. La tecnología condiciona nuestra existencia y nuestra forma de trabajar y buscar trabajo.

Quienes han podido continuar su trabajo en remoto (porque tenían las competencias y era técnicamente posible) han tenido más opciones de mantener su puesto (el desempleo masivo que vamos a enfrentar tiene otras razones, obviamente). Por ejemplo, las empresas de formación digitalizadas o los servicios de atención al cliente (por poner dos casos sencillos que he podido comprobar en primera persona) que contaban con personas con competencias digitales suficientes para realizar videoconferencias o trabajar desde casa, siguieron su actividad.

De hecho, este periodo de confinamiento está siendo todo un experimento para el trabajo en remoto que ha llevado a que empresas como Zoom dispararan el precio de sus acciones especialmente desde que el teletrabajo empezó a ser la única opción tras los primeros días de confinamiento en Wuhan. Tanto es así que en estas semanas todos hemos aprendido a usar herramientas para mantener reuniones online. En mi caso me apañaba con las habituales (Skype, Hangouts, Zoom, FaceTime…) pero desde hace unas semanas he probado e instalado en mis dispositivos tres más (Jitsi, Teams y la muy sencilla Join.me). Aunque he de decir que, tras las brechas de seguridad y de los avisos de mi navegador de Apple, me vuelvo a los clásicos que me siguen resultando igual de efectivos en mi trabajo. Es más, la mayoría de mis clientes están más familiarizados con Skype y Hangouts y les resultan de más fácil acceso.

Competencias digitales y orientación laboral

Pero, a lo que iba al principio. De la misma forma que no es posible encontrar empleo o trabajar sin competencias digitales, tampoco es posible hacer orientación laboral o promover políticas de empleo sin incluir competencias digitales. Hasta Google en su oferta formativa para la búsqueda de empleo lo hace. Mientras muestra cómo hacer un CV, planificar o establecer objetivos de búsqueda de empleo, enseña a utilizar una hoja de cálculo, una presentación o a trabajar en la nube.

No, no podemos tratar de seguir trabajando en orientación laboral o en integración social como si siguiéramos haciéndolo hace veinte años o en la sociedad industrial. Ni siquiera podemos seguir haciéndolo como lo hacíamos hace dos meses. O adaptamos nuestros servicios al nuevo entorno, utilizando herramientas digitales, con respuestas ajustadas a cada persona y con adaptaciones constantes, o tendrán muy poco valor. El contexto ha cambiado y nuestro trabajo debe, en consecuencia, cambiar. Si no es así, caminaremos hacia la irrelevancia.

Debemos, por tanto, poner todos nuestros esfuerzos en que las personas adquieran las competencias necesarias que les permitan ese desarrollo en todos los ámbitos. Tal y como hace Google en su oferta formativa, nuestro trabajo debe incorporar la adquisición de competencias digitales como objetivo a conseguir, como resultado a lograr. Si no es así, será incompleto y poco eficaz

Y, por último, de la misma forma que exigimos derechos como el propio trabajo o el acceso a una vivienda digna, debemos exigir el acceso universal y de calidad a internet. Es un derecho básico que forma parte del desarrollo pleno de cada uno de nosotros.

¿ Políticas activas de empleo para trabajar menos ?

El trabajo en el S. XXI

Work Less

Hace tiempo que enfrento una paradoja (muchas en realidad). Por una parte me encanta dedicarme a la promoción del empleo. No solo me satisface, también lo siento como muy necesario. Todos los días trabajo con personas que necesitan un empleo. Por razones económicas, por razones sociales y por razones emocionales.

Por otra parte, soy un convencido de que ya no es necesario que el trabajo ocupe tanto tiempo de nuestra vida. Es más, soy de los que creen que el factor trabajo ha venido reduciendo su peso en la economía y en la sociedad en general. Bueno, esto no es una creencia, es un hecho. Las rentas del trabajo han ido perdiendo peso relativo frente a las rentas del capital, algo que afecta negativamente a la distribución y a la cohesión social.

La idea de que podemos trabajar menos no es nada original. Hay muchos pensadores que creen que estamos en el momento en el que podemos plantearnos trabajar menos, puede que mucho menos, y vivir mejor. Incluso Linkedin sitúa la propuesta de trabajar menos como la primera Gran Idea de su lista de tendencias para 2020. Parece, pues, que hemos logrado la tecnología necesaria para contar con la suficiente productividad como para trabajar menos.

La evolución tecnológica nos ha permitido superar las más terribles escenas del industrialismo, aunque eso no quiere decir que hayamos generado entornos suficientemente sanos. Sencillamente vivimos un mundo laboral con otros entornos que también tienen sus consecuencias negativas. Y, con todo, la consideración que se tiene del trabajo sigue siendo completamente desproporcionada y perjudicial para nuestro bienestar. Las personas que pasan la mayor parte de su tiempo vital trabajando pueden ser millonarias, consultoras o analistas financieras, pero se diferencian muy poco del trabajador de las fábricas del S. XIX. Son objetos económicos cuya vida solo tiene valor en términos del trabajo que realiza. Trabajar menos significa vivir mejor.

Propuestas y experiencias

Sea como sea, lo que sí es cierto es que no nos hemos planteado la tecnología para trabajar menos. Nos la hemos planteado para aumentar la productividad y reducir gastos. Así que ¿Por qué no nos planteamos que ya vivimos en un mundo con tecnología suficiente para trabajar menos y dedicarnos a otras actividades que nos satisfagan más o sean socialmente necesarias? En este sentido empiezan a aparecer en nuestro país (y en otros) las primeras propuestas políticas que buscan que trabajemos menos.

Este planteamiento encuentra críticas. Críticas más agudas cuando se hacen en la pequeña dimensión que supone una organización, una empresa. Cuando alguien propone reducir las jornadas, enseguida surge la pregunta sobre cómo se cubrirá la pérdida de horas de un/una trabajador/a. Reducir la jornada cobrando igual supone aumento de costes laborales, lo que puede llevar a un mayor desempleo. Y es verdad, será preciso planificar cómo hacemos eso. Pero los resultados de las investigaciones parecen respaldar la propuesta por el aumento de la productividad, a mayores de otros beneficios como la reducción de gastos o de bajas por enfermedad. Incluso hay quien llega a reducir las jornadas a 25 horas sin restar cotizaciones o salario y se mantienen como organizaciones rentables.

En general las experiencias de empresas que se animan a probar reducciones de jornada se están encontrando con resultados tremendamente positivos. La prueba realizada este año por Microsoft en Japón obtuvo conclusiones espectaculares. Reduciendo de cinco a cuatro días la jornada semanal la productividad aumentó un 40%, además de lograr otros ahorros como de electricidad o de generación de residuos.

En España empresas como Inditex han anunciado semanas más cortas eliminando la tarde de los viernes. Otros estudios hablan del aumento de la productividad en jornadas de seis horas frente a las de ocho, permitiendo reducir el número de reuniones y tareas inútiles o poco productivas.

A estas experiencias y propuestas habría que añadir otras cuestiones que nos muestran la necesidad de repensar las horas que dedicamos al trabajo. La emergencia climática reducirá el número de horas que podremos dedicar a trabajar. Y el trabajo en remoto permitirá (ya lo hace) a más personas y en más profesiones ejercer muchas horas de su labor sin desplazarse. Es más las posibilidades del trabajo en remoto aún están por desarrollarse

¿ Para qué reducir las jornadas laborales? ¿ Para qué hacerlo de forma planificada ?

La jornada de ocho horas no fue algo planificado. Fue el fruto de la lucha sindical. Igual que cualquier otra conquista social tiene sus bases en la lucha de las personas por lograr mejoras. En este caso, en cambio, podríamos llegar a un nuevo mundo laboral de forma planificada, lo que no solo tendría menos costes en todos los sentidos, también podría resultar más eficaz.

Pero ¿ Para qué deberíamos hacer eso ? ¿ Deberíamos trabajar menos solo porque podemos ?

La respuesta podría ser afirmativa. Si podemos trabajar menos, ¿ Por qué no vamos a hacerlo ? Pero sería incompleta. Y es que debemos trabajar menos porque lo necesitamos. Reducir las jornadas laborales es el único camino para lograr enfrentar labores como el cuidado de los otros. Y el único camino para lograr mayor corresponsabilidad y vivir mejor. De hecho, los países en los que las personas son más felices (sí, un término denostado por el uso, pero si no buscamos la felicidad qué sentido tiene todo) son aquellos en los que menos horas se dedican a trabajar.

Educar a nuestros hijos, cuidar de nuestros mayores, de aquellos que precisan ayuda y apoyo de forma constante, es algo que necesita tiempo. No, no se trata de crear “guarderías” o de ampliar el horario de las escuelas para que padres y madres puedan ir a trabajar. Se trata de garantizar que los padres y las madres cumplan su papel con el tiempo que esto precisa. Y lo mismo para cualquier otra situación de cuidado y acompañamiento que no sean los hijos.

Y aunque no cuidemos de alguien o no dediquemos nuestro tiempo fuera del trabajo a alguna causa, trabajar menos también se va haciendo necesario para la productividad y la eficacia profesional. Dedicar más tiempo a nuestras aficiones nos convierte, por ejemplo, en profesionales más creativos, una competencia imprescindible en el marco laboral actual. No tenemos dos vidas, no somos dos personas distintas. Lo que hacemos en lo personal influye en lo profesional y viceversa.

Razones suficientes

Así que, desde mi punto de vista, tenemos razones suficientes para planificar un futuro próximo en el que trabajemos menos. Con lo cual… ¿ Debemos contar con políticas públicas que preparen a las personas para esta nueva realidad ? ¿ Debemos cambiar el concepto de las políticas activas de empleo ?

Yo creo que sí, que debemos generar políticas que busquen garantizar una mayor igualdad de acceso a la educación o a bienes y servicios en un entorno en el que muchas personas trabajarán menos.

En este escenario, ¿ Qué opinas ? ¿ Deberíamos planificar nuestras políticas de empleo para trabajar menos ?

Imagen: Reuben Whitehouse en Flickr. Bajo licencia creative commons.

El papel de la orientación laboral en las políticas de empleo

Tras difundir en Twitter un artículo sobre el papel clave de la orientación laboral en las Políticas Activas de Empleo, Selina Otero de Faro Educa me contactó para indagar sobre la cuestión. Se interesó por los estudios que demuestran la eficacia de la atención individualizada a la hora de mejorar los resultados de inserción laboral de las personas en busca de empleo. Me pedía que le mostrara los resultados o la información suficiente que permite sustentar la afirmación de que la orientación laboral es una de las medidas (la más) eficaz en la lucha contra el desempleo. Esto no es nada fácil así que, claro, me lo tomé como un pequeño reto que tuve que responder en un tiempo muy limitado.

El resultado es un pequeño artículo con información y datos que en algún caso ya había utilizado en el blog. Con otros añadidos creo que puede servir muy bien para mostrar la importancia y el peso de la orientación laboral. Y para, una vez más, volver a reclamar que la orientación laboral se convierta de una vez por todas en un servicio garantizado a lo largo de la vida y, más específicamente, en el ámbito de las políticas de empleo en el que yo me desenvuelvo.

Aquí puede enlazarse al artículo publicado que está tal y como se lo envié a Selina, lo que le agradezco de forma muy especial. Al igual que el titular que fue una magnífica elección suya.