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Familias monoparentales, acceso a formación y empleo

Kids at play indoors with mother. 1940-79.  Huberland, Morris. The New York Public Library. Digitalal Collections

En España hay 1.944.800 familias monoparentales según el INE. De ellas, en 1.582.100 la responsable, la persona adulta, es una mujer.

Las dificultades derivadas de asumir la responsabilidad de tu vida y la de un menor (o varios) son obvias para cualquiera y no precisan mayor explicación. Como obvio es también que esta situación será harto más difícil en la medida que se dé una carencia de recursos económicos y de otro tipo. Y esa es la realidad que enfrentan la mayoría de los hogares monoparentales pues más de la mitad viven en situación de riesgo y exclusión, aunque también aquí, hablamos de una situación que se ceba con las mujeres pues los hogares monoparentales sostenidos por mujeres tienen un riesgo de pobreza que duplica al de los encabezados por hombres: un 52% frente a un 25%. 

En mi opinión estas cifras deberían justificar por sí solas una buena batería de programas y medidas dirigidas a mejorar la situación de estas madres y de los menores en todos los ámbitos (salud, economía, cuidados….) y específicamente en el que tratamos en este blog, en el empleo.

Es verdad que existen algunas medidas generales (ayudas, bonos, rebajas fiscales…) por parte de comunidades autónomas y ayuntamientos. También es verdad que hay asociaciones y entidades del tercer sector que tienen como objetivo específico el trabajo con familas monoparentales. Pero, atendiendo a los datos antes mencionados, todo esto resulta claramente insuficiente.

Lo mismo sucede en empleo. Existen programas en los que las mujeres de familias monoparentales tienen preferencia. Y es posibles que exista algún programa específico para ellas que cuente con recursos para responder a su situación. Pero todo ello es evidentemente insuficiente.

Darles preferencia en un programa sin dotarlo de recursos específicos no será una solución. Solo el apoyo integral permite dar una respuesta eficaz, a esta mujeres y a muchas otras personas con determinadas circunstancias que dificultan su acceso al empleo.

Apoyar a las mujeres de familias monoparentalas pasará por diseñar programas que incluyan:

  • Gratuidad de acceso a servicios educativos y de salud (comedores, gabinetes…)
  • Apoyos específicos de profesionales de los cuidados (kanguros, profesores, terapeutas…)
  • Medidas de conciliación horaria con empleadores y centros formativos (¿trabajo en remoto?)
  • Medidas para la generación de redes sociales, de redes de apoyo entre mujeres en situaciones similares.
  • Equipos técnicos de orientación y apoyo.

Si partimos de la posibilidad de diseñar y poner en marcha programas con estos servicios el siguiente paso sería decidir qué contenido tendría un program de este tipo. Me refiero a decidir si deberíamos hacer programas centrados en la formación o programas más centrados en el acceso a empleo a corto y medio plazo.

Entiendo que las dos opciones son válidas pero mi tendencia natural me llevaría a elegir la primera, a diseñar programas que permitan a las mujeres de familias monoparentales adquirir competencias que les faciliten un desarrollo profesional al mismo tiempo que contribuyen a su motivación en lo laboral.

En este sentido me ha gustado mucho una experiencia piloto en Arizona fruto de la alianza de varias entidades (universidad, empresa, tercer sector) que busca que las mujeres de familias monoparentales adquieran formación en profesiones con alta demanda y buenos salarios.

El programa, que se llama Pathways, ofrece a las madres estudiantes ayuda académica, cubre sus gastos de matrícula y ayuda a encontrar una escuela infantil. También se dispone de un fondo de emergencia, que algunas participantes han utilizado para pagar facturas, comprar alimentos o, incluso, para recuperar un coche incautado. Mientras, se forman en áreas de alta demanda, masculinizadas y con salarios altos.

Con todo, este programa, y cualquiera de este tipo que pueda plantearse, deberá evaluarse más allá de sus resultados de formación e inserción a corto plazo. Formarse en áreas con demanda es exigente. Mucho. Y no todas las mujeres van a poder completar sus certificados en el tiempo marcado.

Pero, tal y como demuestran los resultados del primer año del programa Pathways, un número importante de mujeres consigue completar la formación. Otras mejoran sus opciones de forma definitiva y la mayoría ven mejorados los niveles de nutrición y salud de sus familias.

Estas cuestiones (mejora de la formación, de la salud, de la motivación…) no deberían seguir siendo baladís en los programas de empleo. Todo lo contrario, son la clave en la que se sustentan resultados a medio y largo plazo. ¿ Podemos diseñar y llevar a cabo programas así?

Atracción del talento, inmigración y desempleo.

Migrant women are instructed in rug-making. Shafter camp for migrants. California. 1938. The New York Public Library. Digital Collections

En España y en casi todos los países, la inmigración es siempre polémica y, en mi opinión, suele tratarse con bastante hipocresía. Eso en el mejor de los casos. En el peor, las consideraciones políticas destapan nuestros instintos más primarios y, por qué no decirlo, mezquinos.

Las migraciones forman parte de la humanidad en si misma. No solo son un fenómeno que nos caracteriza como especie sino que también están en el origen y el ocaso de imperios y países. Independientemente de nuestras consideraciones particulares las personas seguirán yendo de un lugar a otro, la mayoría por razones económicas, buscando una vida mejor. Y el sistema también encontrará siempre la forma de incorporar a las personas que necesita. Una especie de vaso comunicante que en todo momento ha funcionado y que no parece que nada pueda detenerlo.

En el caso español, además, el envejecimiento de la población (casi el 20% de la población tiene más de 65 años) hace imprescindible el concurso de personas extranjeras para mantener la prosperidad y eso que llamamos el estado de bienestar. En 30 años la población en edad de trabajar pasará del actual 65% al 50% con una de cada tres personas jubilada.

En un entrono así se calcula que España podrá necesitar unos siete millones de personas de otros países para compensar la pérdida de crecimiento demográfico. Hoy son cinco millones y medio los que viven en España, solo un 11,4% de la población total.

Los inmigrantes, por tanto, deberán jugar un papel aún mayor que el que juegan en la solución de algunos de nuestros grandes problemas como la despoblación, la imposibilidad de relevo generacional o el cuidado de personas. Y, claro, deberán aumentar su ya importante contribución a la Seguridad Social (10%).

Es decir, no solo precisamos más personas de otros países también precisamos que cuenten con el saber hacer necesario para poder trabajar. Y ahí es a donde quiero llegar en este escrito, a la necesidad de generar medidas específicas que permitan bajar las tasas de desempleo de la población extranjera. Medidas que, dicho sea de paso, tienen un retorno fiscal elevado dado que los inmigrantes aportaron más en impuestos y otras contribuciones públicas que lo que recibieron en protección social, salud y educación.

En estos momentos existen un buen número de propuestas en el ámbito de la atracción del talento internacional (aunque no siempre lo consigamos). Se busca con ello mitigar algunos de los problemas ya mencionados (la despoblación, por ejemplo) y otros de carácter más endémicos de la economía española, como su competitividad internacional.

Mientras, las medidas específicas para la formación e inserción laboral de las personas de otros países son, en mi opinión, más bien escasas. Es verdad que esto puede variar mucho de unos territorios a otros pero, en general, creo que vivimos en un entorno lleno de barreras (negativas de residencia, de arraigo, dificultades de homologación de títulos, imposibilidad de acceso a competencias clave y a otras formaciones…) y con pocas medidas específicas que faciliten la incorporación de los extranjeros a la actividad laboral.

En España la población activa de extranjeros la constituyen 3.124.900 personas de las que trabajan 2.445.600, una tasa de desempleo (21,74) bastante mayor que la de los españoles (13,47). Parece, por tanto, necesario diseñar y poner en marcha medidas específicas que tengan como objetivo bajar esta tasa de desempleo.

Como decía, es verdad que hay algunas medidas y que muchas entidades del tercer sector participan de fondos europeos que les permiten poner en marcha programas de formación, inserción, intermediación y orientación destinados específicamente a población inmigrante, pero estas cifras demuestran que son claramente insuficientes.

Jóvenes: Los retos que enfrentamos y la rigidez de la oferta formativa.

FDR Presidential Library & Museum. Trainees Evelyn and Lillian Buxkeurple are shown working on a practice bomb. After approximately eight weeks of apprenticeship they will be eligible for Civil Service work in the Assembly and Repair Department at the base. August 1942. Under Creative Commons license

Juventud y futuro

A pesar de todos los inconvenientes, de todas nuestras preocupaciones y temores, y a la espera de que el tiempo nos permita valorar el impacto de la pandemia, existen muchos factores en los que hemos mejorado enormemente.

Pero, claro, hay algunos ámbitos en los que la cosa no ha sido así o en los que aún enfrentamos retos inaplazables. Para mí la emergencia ecológica, nuestro particular camino hacia la extinción, es el principal y más grave problema al que hacer frente. Pero hay muchos otros, todos interconectados: la desigualdad, la polarización de la sociedad, la ruptura de la idea de solidaridad internacional…

En el ámbito del empleo hay muchas cuestiones que no han ido a mejor. La temporalidad y sus consecuencias, por ejemplo. También es cierto que otras sí han mejorado. La tasa de empleo podría ser el ejemplo en ese caso. Incluso hay ideas que han costado mucho tiempo (la conciliación) y que han dado pasos concretos en términos legislativos, aunque aún quede mucho por conseguir.

Con avances y retrocesos, el empleo, el trabajo, ha cambiado su significado y no juega el mismo papel que jugaba hace unas décadas. Y esto es también una muestra clara del cambio que hemos vivido como sociedad.

Desde finales de la segunda guerra mundial hasta hace unas décadas, trabajar permitía tener un proyecto de vida. Con un mínimo de empleabilidad, con un empleo o una profesión, una persona podía labrarse un futuro más o menos acorde con sus objetivos en la vida.

Trabajando, las generaciones precedentes pudieron tener hijos, comprar una casa, enviar a sus hijos a la universidad o ayudar a su familia. Tuvieron la oportunidad de tener un proyecto vital.

Juventud y empleo

Hoy en día, a pesar de habernos convertido en sujetos del rendimiento, no podemos esperar eso del trabajo. Los jóvenes enfrentan su futuro desde una absoluta incertidumbre. El mercado laboral puede no responderles y las fuentes de ingresos al margen del empleo (IMV, finanzas) no son a día de hoy una alternativa sobre la que hacer girar un proyecto vital. Junto a esto, existen un buen número de inconvenientes difíciles de superar: el precio de la vivienda, el acceso a determinados bienes…

Así que, con todo, la juventud enfrenta un futuro realmente complicado y sobre todo incierto. De hecho para la OIT “la exclusión de los jóvenes del mercado laboral a consecuencia de la crisis Covid es uno de los mayores riesgos para nuestra sociedad”. Y es que en términos de empleo enfrentan una realidad que nunca había sido tan dura.

Las cifras son realmente terribles e inaceptables. Sobre todo si pensamos que llevamos años tratando de establecer puentes entre las personas más jóvenes y el mercado laboral (en España, prácticas, proyectos experienciales, contratos formativos y de aprendizaje, FP Dual…). Pero no parece que nada de esto haya sido efectivo. El desempleo sigue cebándose con las personas más jóvenes.

El papel de la formación

La formación ha sido una de las bazas más importantes que hemos jugado para combatir esta situación. Y así debe seguir siendo. Pero, quizás, uno de los errores haya estado en intentar conseguir una formación rigurosa y de calidad basada en el número de horas presenciales. Con ello hemos logrado mejorar mucho la formación y el valor social que tiene, por ejemplo, la Formación Profesional. Pero también hemos construido una oferta que sigue, en muchos casos, alejada de la dinámica del mercado laboral y que exige dedicación plena y recursos. Así el número de jóvenes que estudian y trabajan es bajo y ha decrecido en el 2020.

Y es que todo lo que hemos hecho por poner en valor la FP u otros estudios hace completamente imposible que una persona joven estudie y trabaje. Las horas presenciales se han convertido en insalvables. En realidad, los estamos alejando del mercado laboral planteándoles la dicotomía de formarse o trabajar.

Lo mismo sucede con los certificados de profesionalidad. Su rigidez no les permite adaptar contenidos y metodologías con un mínimo de rapidez en un mercado no solo dinámico, si no más bien inestable.

Siempre habrá formaciones que exijan una duración algo extensa, pero hay demasiados certificados de profesionalidad de más de cinco meses. Son propuestas muy difíciles para cualquier persona con cargas familiares o con una situación de mínima urgencia económica. Por cierto que lo que está sucediendo con algunos programas que calculan las becas sobre ingresos de más del 75% del Iprem cuando muchas prestaciones se calculan sobre el 80%, es para estudiar. Si tienes que sobrevivir con 430 € dificilmente le vas a añadir los costes de una formación que puede durar cuatro o cinco meses.

Estudiar y trabajar

Pero hablábamos de los jóvenes, que a veces también tienen cargas familiares y no pueden hacerles frente.

Decía que en esa falsa dicotomía entre formación y trabajo los alejamos del mercado laboral. Pensamos que hemos dado pasos adelante para acercarlos al empleo, pero quizá deberíamos replantearnos esta idea. Como decía, el número de jóvenes que estudia y trabaja es demasiado bajo, algo que era mucho más habitual cuando yo crecí. Es decir, el mundo es más flexible y cambiante, pero la formación y las propuestas de capacitación son más rígidas. En muchos lugares han enfrentado problemas parecidos y quizá podríamos aprender mucho para cambiar nuestra oferta.

O, sencillamente, cambiar de perspectiva y promulgar medidas que permitan que los jóvenes que estudian se mantengan en contacto con el mercado laboral. En Dinamarca (sí, siempre Dinamarca) su “Welfare” permite que los estudiantes de más de 18 años de nivel de bachillerato y de estudios superiores cobren una paga. Pero, eso sí, deben trabajar un mínimo de 10 horas semanales. Se premia a quien trabaja y estudia.

Otras cuestiones (pienso en la desaparición de la figura del aprendiz) han hecho mucho daño a las posibilidades que tienen los jóvenes de formarse y trabajar. Pero la rigidez de la formación que ofertamos es, en este momento, un factor determinante y algo a cambiar con urgencia. Debemos conseguir que las personas más jóvenes estudien y trabajen. Sí, como se hacía antes.