Recursos digitales de empleo: Condiciones y otros peligros

By Blake Pattersson with Creative Commons

Hace tiempo que sigo al profesor Antonio Fernández. No solo es el mayor experto que conozco en temas como la discriminación o la intermediación laboral en el entorno digital, también es un referente a la hora de aprender sobre cuestiones legales y normativas que muchas veces olvidamos o descuidamos en orientación laboral.

Como decía, lo sigo asiduamente e incluso hemos podido colaborar, tanto en su espacio como en este. Así que me resulta muy fácil recomendar algunas entradas de su blog como su ponencia sobre discriminación e intermediación digital. Si te interesan estos temas se me antoja imprescindible. Y aunque no te interesen, te aseguro que sus aportes y sus ejemplos no dejarán de sorprenderte.

Pero, ¿ por qué hablo de Antonio y su trabajo ? Pues solo por dar un poco de contexto al tema que querría mencionar en esta entrada y que refiere a las condiciones que aceptamos cuando utilizamos herramientas digitales en procesos de búsqueda empleo o desarrollo profesional.

Me corregirá Antonio pero creo que este tema también precisaría de un análisis en profundidad, uno de esos análisis que debe hacerse con tiempo, con criterios y con hipótesis.

Obviamente hacer ese análisis no es mi objetivo en este artículo. Solo señalar su importancia y, como mucho, hacer una pequeña llamada a la necesidad de una investigación en este tema.

Y es que muchas veces aceptamos condiciones difícilmente imaginables en lo que refiere al uso de nuestros datos o de los contenidos que compartimos. A veces lo hacemos de forma más o menos consciente. Otras no nos damos ni cuenta.

Revisando recursos de empleo ( lo que no hago sistemáticamente pero que debería ) de esos que a veces utilizo y otras solo pruebo, me he encontrado con uno que me ha dejado perplejo al leer sus condiciones. Es una web que hace años utilicé para identificar oportunidades de empleo con profesionales de ingeniería. Se ve que en estos momentos no tiene actividad o que alguien compró su dominio para hacerse con los datos que había en ella.

El caso es que, tratando de ver si aún podía serme útil, he revisado sus condiciones y me he llevado una de esas sorpresas que te obligan a leer más de una vez y que te dejan temblando.

Esto es (o quiero yo pensar) un ejemplo extremo de la falta de control que tenemos (tengo) en cuanto a qué se puede hacer (y se hace) con nuestros datos y nuestros contenidos. El empleo, el trabajo, el mercado laboral, es un área con muchísimos usuarios potenciales y reales. Linkedin, como no nos cansamos de recordar, es el mejor ejemplo de ello con sus más de 700 millones de personas. Pero existe una ingente cantidad de recursos (portales web, metabuscadores, App’s, foros…) con el empleo o las ofertas de empleo como tema central. ¿ En cuántos de ellos hemos añadido nuestros datos sin conocer exactamente a quiénes se los damos y qué estamos autorizando a hacer con ellos ?

Entre esos recursos destacan los metabuscadores. Yo los utilizo, pero no me canso de decir a todas las personas con las que trabajo que no carguen sus datos. Debemos usarlos solo para identificar y encontrar información (ofertas de empleo, información sobre empresas…) pero no para subir nuestros Cv’s en ellos. Recientemente Elena Ariño señalaba la necesidad de tener mucho cuidado con esto, la necesidad de buscar ofertas de empleo con criterio y conocimientos. En ese artículo enlazaba con una publicación en prensa en la que se señala cómo el negocio de muchos de estos pequeños buscadores son los datos, nada relacionado con el empleo

Tenemos que saber elegir qué herramientas usar y cómo hacerlo. Lo que digo, y me incluyo como usuario, es que debemos tratar de hacerlo con criterio y con la mayor información posible. Y, con todo, no sé cómo podemos librarnos de sorpresas como la que menciono.

Estamos dejando de teletrabajar

Teletrabajo

Teletrabajo y cambio

Como sabemos, el teletrabajo o trabajo en remoto se vio impulsado por los confinamientos, un proceso que sin la pandemia hubiera llevado muchos más años. La obligación de no poder hacer las cosas desde un lugar físico ha logrado que el trabajo tal y como lo entendemos diera un cambio radical. Un cambio para el que ya estábamos preparados tecnológicamente pero no culturalmente, creo yo. El hecho de que el trabajo deje de ser un lugar físico al que ir es sencillo de decir, pero implica cambios muy importantes en nuestros conceptos, en nuestras competencias y, en definitiva, en nuestra manera de vivir y de “ver el mundo”.

Los cambios suponen un esfuerzo y nos resistimos de forma natural a los mismos. Especialmente cuando los cambios vienen impuestos y yo no soy el protagonista de ese cambio (no nos resulta lo mismo un cambio de trabajo voluntario que un despido) De ahí que antes de implementar cambios, de asumirlos y llevarlos a cabo, los retrasamos, los evitamos o les buscamos mil razones e incluso datos que nos reafirmen en nuestra primera idea de que el cambio no es positivo.

Nos vamos adaptando

Desde hace ya tiempo, supongo que desde el mismo inicio de la pandemia, asistimos a ese proceso de resistencia por parte de personas y empresas. En muchos casos hay razones de peso. Es verdad que ha sido un proceso hecho de forma repentina, sin haber previsto ninguna medida social ni tecnológica, por lo que es normal que tenga algunas consecuencias negativas. Los primeros estudios que vamos teniendo con cierta perspectiva nos hablan de problemas de adaptación, de problemas de conciliación, de mayor carga de trabajo o de más estrés.

Como sucede en cualquier proceso de cambio, tras las resistencias, la observación de los beneficios y de los aportes nos van animando a adaptarnos. Hemos ido comprobando los beneficios del teletrabajo en las posibilidades de conciliación o en la misma gestión de nuestras agendas que han reducido de forma importante el tiempo dedicado a desplazamientos, una gran cantidad de tiempo ahorrado que hemos invertido en otras cosas. Parece que, poco a poco, empezamos a estar cómodos con el teletrabajo

Pero…

Pero, aún así, en estos momentos nos encontramos con un retroceso que no deja de sorprender, al menos a mí: La fuerza laboral está dejando de teletrabajar desde que se inició la primera ola Covid.

No sólo han vuelto aquellos profesionales que “obligados” por la situación del confinamiento tuvieron que recuperar el trabajo presencial para poder desempañar su rol al 100%. Han vuelto muchos otros. Un estudio de Randstad da números: más de un millón de profesionales han dejado de teletrabajar desde el final de la primera ola Covid.

Así que la pregunta es ¿ Si estamos viendo las ventajas del teletrabajo, por qué volvemos al presencialismo?

Una razón de peso

Este artículo “Las empresas echan números: ¿y si el teletrabajo no sale a cuenta con la nueva ley?” en Neus Diario nos da un porqué bien claro y concreto. Las empresas dicen que no les sale a cuenta:

“Nos sale más a cuenta que los trabajadores vuelvan a la empresa si el plus por los gastos extra es muy alto”, especialmente cuando la sede o el lugar físico de trabajo es en propiedad pues no hay margen para reducir gastos. En ese caso, el teletrabajo siempre será un gasto añadido. Y eso es algo que las empresas no quieren ver jamás, claro está.

En el mismo artículo Arancha de Las Heras, Presidenta de UDIMA señala cuál puede ser el escenario en el corto plazo: “No creo que se implante un teletrabajo total en España y probablemente a lo que se recurra es a un trabajo en el domicilio por debajo del 30% para no tener que aplicar la normativa”.

A la normativa a la que se refiere es al Real Decreto-ley 28/2020, de 22 de septiembre, de trabajo a distancia, una normativa que, dada esa valoración de costes, va camino de suponer un freno al teletrabajo, cuando menos en compañías de tamaño medio y pequeño.

Por la contra, compañías como BP Oil España, ya recogían con anterioridad este complemento en su Convenio Colectivo los complementos para teletrabajar:

De 6.407,52€ brutos anuales (revisables anualmente) como compensación de los gastos derivados, hasta 1.900,00€ para realizar obras de acondicionamiento (autorizadas y justificadas) en la vivienda.

Otras empresas entendieron el nuevo escenario como una oportunidad y desde muy pronto trabajaron para adaptar su modelo de negocio al entorno digital. Liberty Seguros empezó por preguntarle a sus profesionales como preferían trabajar. En Europa el 93% respondió que prefería hacerlo desde casa. Hoy cierran sus oficinas y a los trabajadores que elijan trabajar desde casa les darán 200 euros al mes para gastos extras y 465 para montar su escritorio.

Puede que, entonces, teletrabajar no sea más caro

Porque, a pesar del mantra de que el teletrabajo es más caro, la verdad es que no parece que sea así. Todo lo contrario. Tenemos estimaciones que avalan que el teletrabajo ahorra a las empresas hasta 5.000 euros al año por cada trabajador. Y en el ámbito internacional se habla de un ahorro de 10.000 $ al año por persona (Global Workplace Analytics).

A estos ahorros habría que añadir los beneficios de carácter social, algunos ya asumidos como objetivos por la sociedad en su conjunto como, por ejemplo:

  • Desacelerar el cambio climático
  • Reducir los accidentes de tráfico
  • Mejorar la salud de los profesionales con más horas de sueño, reducción del estrés o cuidado de la alimentación

¿ Qué valor tienen estos beneficios para las empresas ? ¿ Cuánto valen exactamente ?

Teletrabajo y futuro inmediato

Hasta ahora veníamos hablando del teletrabajo como una cuestión de cultura y una cuestión de valores. Pero es cierto que también es una cuestión de dinero. Los profesionales parecen saberlo mejor que las empresas pues fueron quienes asumieron los costes en un primer momento. Ahora, cuando los cálculos deben hacerse en las organizaciones parece que los ajustes solo se valoran en términos de costes y no de inversiones (o de reducción de costes).

Recuperar el presencialismo buscando la justificación en los costes no parece el mejor compañero de viaje en el proceso de digitalización de las organizaciones. Un proceso, cabe recordar, que debe centrarse en las personas. Si la organización no entiende el valor y los aportes de la tecnología en el trabajo difícilmente van a poder transmitírselo a sus profesionales. Ya, a partir de ahí, hay consecuencias previsibles en términos de pérdida de competitividad o de posicionamiento en cuestiones clave como la atracción del talento necesario para la organización ( el teletrabajo pondrá distancia entre las empresas que lo ofrecen y las que no ).

Es verdad que existen distintas opiniones y hay debate (que parece concluir en un modelo flexible y distribuido) pero, si las grandes empresas de nuestro tiempo parecen abrirse al trabajo en remoto ¿ por qué no lo hacen otras ? Si en otros países el trabajo en remoto parece consolidarse ¿ Por qué aquí no ? ¿ Por qué la fuerza laboral está dejando de teletrabajar ?

Jóvenes: Los retos que enfrentamos y la rigidez de la oferta formativa.

FDR Presidential Library & Museum. Trainees Evelyn and Lillian Buxkeurple are shown working on a practice bomb. After approximately eight weeks of apprenticeship they will be eligible for Civil Service work in the Assembly and Repair Department at the base. August 1942. Under Creative Commons license

Juventud y futuro

A pesar de todos los inconvenientes, de todas nuestras preocupaciones y temores, y a la espera de que el tiempo nos permita valorar el impacto de la pandemia, existen muchos factores en los que hemos mejorado enormemente.

Pero, claro, hay algunos ámbitos en los que la cosa no ha sido así o en los que aún enfrentamos retos inaplazables. Para mí la emergencia ecológica, nuestro particular camino hacia la extinción, es el principal y más grave problema al que hacer frente. Pero hay muchos otros, todos interconectados: la desigualdad, la polarización de la sociedad, la ruptura de la idea de solidaridad internacional…

En el ámbito del empleo hay muchas cuestiones que no han ido a mejor. La temporalidad y sus consecuencias, por ejemplo. También es cierto que otras sí han mejorado. La tasa de empleo podría ser el ejemplo en ese caso. Incluso hay ideas que han costado mucho tiempo (la conciliación) y que han dado pasos concretos en términos legislativos, aunque aún quede mucho por conseguir.

Con avances y retrocesos, el empleo, el trabajo, ha cambiado su significado y no juega el mismo papel que jugaba hace unas décadas. Y esto es también una muestra clara del cambio que hemos vivido como sociedad.

Desde finales de la segunda guerra mundial hasta hace unas décadas, trabajar permitía tener un proyecto de vida. Con un mínimo de empleabilidad, con un empleo o una profesión, una persona podía labrarse un futuro más o menos acorde con sus objetivos en la vida.

Trabajando, las generaciones precedentes pudieron tener hijos, comprar una casa, enviar a sus hijos a la universidad o ayudar a su familia. Tuvieron la oportunidad de tener un proyecto vital.

Juventud y empleo

Hoy en día, a pesar de habernos convertido en sujetos del rendimiento, no podemos esperar eso del trabajo. Los jóvenes enfrentan su futuro desde una absoluta incertidumbre. El mercado laboral puede no responderles y las fuentes de ingresos al margen del empleo (IMV, finanzas) no son a día de hoy una alternativa sobre la que hacer girar un proyecto vital. Junto a esto, existen un buen número de inconvenientes difíciles de superar: el precio de la vivienda, el acceso a determinados bienes…

Así que, con todo, la juventud enfrenta un futuro realmente complicado y sobre todo incierto. De hecho para la OIT “la exclusión de los jóvenes del mercado laboral a consecuencia de la crisis Covid es uno de los mayores riesgos para nuestra sociedad”. Y es que en términos de empleo enfrentan una realidad que nunca había sido tan dura.

Las cifras son realmente terribles e inaceptables. Sobre todo si pensamos que llevamos años tratando de establecer puentes entre las personas más jóvenes y el mercado laboral (en España, prácticas, proyectos experienciales, contratos formativos y de aprendizaje, FP Dual…). Pero no parece que nada de esto haya sido efectivo. El desempleo sigue cebándose con las personas más jóvenes.

El papel de la formación

La formación ha sido una de las bazas más importantes que hemos jugado para combatir esta situación. Y así debe seguir siendo. Pero, quizás, uno de los errores haya estado en intentar conseguir una formación rigurosa y de calidad basada en el número de horas presenciales. Con ello hemos logrado mejorar mucho la formación y el valor social que tiene, por ejemplo, la Formación Profesional. Pero también hemos construido una oferta que sigue, en muchos casos, alejada de la dinámica del mercado laboral y que exige dedicación plena y recursos. Así el número de jóvenes que estudian y trabajan es bajo y ha decrecido en el 2020.

Y es que todo lo que hemos hecho por poner en valor la FP u otros estudios hace completamente imposible que una persona joven estudie y trabaje. Las horas presenciales se han convertido en insalvables. En realidad, los estamos alejando del mercado laboral planteándoles la dicotomía de formarse o trabajar.

Lo mismo sucede con los certificados de profesionalidad. Su rigidez no les permite adaptar contenidos y metodologías con un mínimo de rapidez en un mercado no solo dinámico, si no más bien inestable.

Siempre habrá formaciones que exijan una duración algo extensa, pero hay demasiados certificados de profesionalidad de más de cinco meses. Son propuestas muy difíciles para cualquier persona con cargas familiares o con una situación de mínima urgencia económica. Por cierto que lo que está sucediendo con algunos programas que calculan las becas sobre ingresos de más del 75% del Iprem cuando muchas prestaciones se calculan sobre el 80%, es para estudiar. Si tienes que sobrevivir con 430 € dificilmente le vas a añadir los costes de una formación que puede durar cuatro o cinco meses.

Estudiar y trabajar

Pero hablábamos de los jóvenes, que a veces también tienen cargas familiares y no pueden hacerles frente.

Decía que en esa falsa dicotomía entre formación y trabajo los alejamos del mercado laboral. Pensamos que hemos dado pasos adelante para acercarlos al empleo, pero quizá deberíamos replantearnos esta idea. Como decía, el número de jóvenes que estudia y trabaja es demasiado bajo, algo que era mucho más habitual cuando yo crecí. Es decir, el mundo es más flexible y cambiante, pero la formación y las propuestas de capacitación son más rígidas. En muchos lugares han enfrentado problemas parecidos y quizá podríamos aprender mucho para cambiar nuestra oferta.

O, sencillamente, cambiar de perspectiva y promulgar medidas que permitan que los jóvenes que estudian se mantengan en contacto con el mercado laboral. En Dinamarca (sí, siempre Dinamarca) su “Welfare” permite que los estudiantes de más de 18 años de nivel de bachillerato y de estudios superiores cobren una paga. Pero, eso sí, deben trabajar un mínimo de 10 horas semanales. Se premia a quien trabaja y estudia.

Otras cuestiones (pienso en la desaparición de la figura del aprendiz) han hecho mucho daño a las posibilidades que tienen los jóvenes de formarse y trabajar. Pero la rigidez de la formación que ofertamos es, en este momento, un factor determinante y algo a cambiar con urgencia. Debemos conseguir que las personas más jóvenes estudien y trabajen. Sí, como se hacía antes.